Por Noé Pernía
En la ciudad de Medellín, Colombia, los paisas, que así les dicen a los terrícolas de esa zona del planeta, están bendiciendo a la gente a cada rato.
La señora de la primera fila del bus grita como si hubiese ganado la lotería:
–¡Es aquí! ¡Es aquí donde tienen que bajarse!
La miramos sorprendidos… ella apenas nos había escuchado murmurar la dirección de nuestro destino.
El conductor se detiene y salimos del bus no sin antes darle las gracias a la señora.
–Que Dios me los bendiga–, se despide.
Medellín y su gente
Ostenta una vegetación orgullosa y un clima psicodélico. Hay frío y calor a la vez y la humedad puede ser mortificante.
Hay un problema, los carros y buses tosen humo espeso y –por consecuencia– los humanos respiran carbón. Si no es por la gentileza de los paisas uno diría que Medellín es una cámara de gas permanente.
Por las calles se ve mucha gente en bicicleta pero carecen de ciclovías.
La tierra es fuerte y da frutos sanos, el tomate sabe a tomate, la lechuga a lechuga y el pollo, pues sabe a pollo.
Los paisas luchan por transformar a Medellín en un lugar mucho más amable de lo que ya es.
En Medellín les gusta la ecología y las campañas para humanizar a la gente contra la violencia y por el respeto mutuo.
Hay zonas muy seguras y otras pues que no lo son tanto. Nada distinto de otras grandes capitales que hemos visitado.